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Aquí tenéis dos artículos que os pueden ayudar con el apartado de la contextualización  de las Novelas Ejemplares.

 

 

NOTICIA DEL REINO DE CERVANTES

 

Me gusta recordar que el español no es seña de identidad nacional para nadie, porque somos muchos los países y muy diversas las gentes que lo compartimos. El español es un idioma plurinacional y multiétnico y es mucho más que una marca, que un simple rasgo diferenciador: una lengua que une, no que separa. Evidentemente agrupa a una muchedumbre humana tan enorme y abigarrada, tan heterogénea y variopinta, que resulta imposible alzarlo como bandera de nadie, como símbolo diferenciador. El español no acota grupos ni marca rayas fronterizas, es por su propia condición histórica una lengua internacional y no posee sólo latitud sino esencialmente volumen. Nació en Castilla, pero fue de España y lo es hoy de una gran parte de América; es un idioma en el que ha imperado la fuerza de intercambio sobre el espíritu de campanario.

La magnitud de España, o la de cualquiera de esos otros países que comparten nuestros idiomas, no concluye en sus fronteras nacionales, porque la lengua nos libra de sentimientos empequeñecedores. No nos identifica y nos constriñe; antes bien, nos comunica y nos libera. Nos hace espiritualmente compatriotas de gentes muy diversas y alejadas. Me gusta recordar una frase de Ernesto Sábato: “Yo soy hijo de italianos y mis ancestros son Cervantes y Berceo. ¡Qué milagro que es esto!”.

Si identificamos, como se suele, la lengua con la cultura, el mundo hispánico como conjunto cultural es el fruto de un largo acarreo de siglos y se sostiene con pilares de miles de volúmenes escritos, se fundamenta en una enorme extensión de textos acumulados, de sentimientos compartidos, de ideas transferidas, de conocimientos comunes: el reino de Cervantes.

El auge del español como lengua de relación, hasta convertirse en la segunda del mundo, ha sido espectacular en los últimos decenios, porque es la puerta de entrada a uno de los ámbitos culturales y humanos de mayor interés. Los norteamericanos la aprenden porque es la que tienen al lado e incluso la que hablan treinta millones de sus conciudadanos; los brasileños porque están rodeados por ella, porque la consideran imprescindible para moverse en el subcontinente que habitan, los japoneses, los coreanos y los chinos porque América los atrae. Una lengua, pues, con porvenir en esa sociedad de la información y la intercomunicación universal cuyo apogeo se anuncia para este nuevo siglo. Posee todo lo necesario para ocupar en ella un lugar destacado: amplia base demográfica en crecimiento, notable extensión geográfica, adecuación entre lengua hablada y lengua escrita, nitidez fónica, simplicidad ortográfica y cohesión idiomática. No se le puede pedir más.        

  Gregorio Salvador,  

Noticia del reino de Cervantes

LA ESPAÑA QUE VIVIÓ CERVANTES Y PENSÓ DON QUIJOTE


Dr. D. Ricardo García Cárcel
Catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona
Bilbao, 23 de mayo de 2005

Quizá conozcamos mejor el tiempo que vivió Cervantes que la España que Cervantes metabolizó y plasmó a través de don Quijote. Ese tiempo cubre el reinado de Felipe II y parte del de Felipe III, y es, ante todo, una época de crisis no completa. El término con el que la documentación del tiempo define esa coyuntura que cubre el final del siglo XVI y los comienzos del XVII es "declinación". Es decir, estamos ante el comienzo de la crisis; en un imperio en el que no se ponía el sol no se ha hecho de noche, pero empiezan a verse las sombras. De hecho, la crisis alcanzará su culminación en el annus horribilis de 1640. Esta declinación está perfectamente reflejada a través de la estela de la peste, del hambre, de la guerra o de las angustias financieras –no hay que olvidar que la mayor crisis financiera es de 1607–. 

Asimismo, es una época de conciencia crítica de esa crisis. Como he señalado en alguna publicación, los españoles viven la primera generación del 98 en 1598, año de la muerte de Felipe II, con la aparición de los arbitristas, aquellos diagnosticadores de la crisis que buscaron ansiosamente la pócima mágica que pudiera solucionarla. En esa generación, dentro de la cual se cuentan Sancho de Moncada, Tomás de Mercado, etc., hay que insertar la figura de Cervantes. Precisamente, Jean Vilar escribió un célebre artículo titulado "Cervantes, el arbitrista", porque la figura de nuestro escritor encaja perfectamente en esta generación de conciencia crítica de la crisis. 

Además, la época de Cervantes es la de la búsqueda de alternativas, de estupefacientes o fórmulas para evadirse de la crisis. Dichos estupefacientes son de todo tipo. Los hay económicos –el recurso al vellón, que podía permitir hacerse la ilusión de salir de la pobreza–, sociales –las fiestas (por ejemplo, las que en 1599 se organizan en Valencia con motivo del matrimonio de Felipe III) o la expulsión de los moriscos– y religiosos –los visionarios y la milagrería, por ejemplo la famosa arbitrista y visionaria Lucrecia de León–. 

En la vida de Cervantes confluyen, como en el típico perdedor histórico, las características del héroe cansado y los efluvios de los muchos signos de esa crisis. Así cabe considerar su propia peripecia en Lepanto, puesto que, aunque vive la victoria en esa famosa batalla heroicamente y con toda la enorme derivación épica que tuvo, perderá en ella una mano. Asimismo, sin prácticamente tiempo para la glosa de la épica de Lepanto, llegan en 1588 (17 años después) la Armada Invencible –en la que Cervantes fue uno de tantos buscadores de financiación– y la constatación de la realidad terrible de la derrota. 

Después conocerá Cervantes la triste peripecia del cautiverio y la prisión en las cárceles españolas, y más tarde la ansiedad del éxito sin realmente llegar a conseguirlo. En efecto, cuando en 1605 ve la luz la primera parte de El Quijote, Miguel de Cervantes sólo ha publicado, diez años antes, una obra (La Galatea). Es decir, en 1605 es ya un escritor viejo y absolutamente azotado por la vida. 

Aparte de esa coyuntura de crisis que todos conocemos, la España que vive Cervantes es una España de cambios y de transición del Renacimiento al Barroco: de 1547 a 1616 se cubre, justamente, todo el tránsito de uno a otro período. Significativamente, el año en el que nace Cervantes mueren personajes que habían llenado la época anterior. Así, por ejemplo, Francisco de los Cobos, hombre que representa el imperio de Carlos V; Hernán Cortés, que fue con Juan de Austria uno de los últimos héroes de la épica imperial; y reyes como Francisco I de Francia –que había protagonizado las guerras con Carlos V– y Enrique VIII. En definitiva, con el nacimiento de Cervantes muere una época. 

Igualmente, el año en el que nace Cervantes representa la confrontación abierta con la reforma protestante y el término definitivo de los sueños erasmistas. Asimismo, Cervantes fue retaguardia de una generación de escritores famosos (fray Luis de León, Huarte de San Juan o Teresa de Jesús) y avanzadilla de la gran generación del Siglo de Oro (con Lope de Vega, Calderón, Góngora y Quevedo). 

De la época que vivió Cervantes siempre me ha llamado poderosamente la atención el singular cambio en el sistema de valores. La vida de Cervantes cubre el tránsito que va desde los sueños imperiales –él lo llamaba "reputacionismo", es decir, la búsqueda de una imagen gloriosa de España en el mundo–, hasta, en el reinado de Felipe III, la hegemonía del tacitismo, del pragmatismo, de la disimulación y del relativismo. A lo largo de este período se pasará de la épica trascendental de los principios a la épica de la necesidad, de la guerra a la paz, de los grandes héroes escritores cuyo símbolo había sido en la época de Carlos V Garcilaso de la Vega al modelo típico de finales del reinado de Felipe II y comienzos del de Felipe III, es decir, al pícaro, al especulador de granos, al revendedor de cargos y al comprador de títulos. 

Se transitará también de la legitimidad del poder a la legitimidad del mercado. El poder va a ser poco a poco sobrepasado por el enorme peso que la opinión pública va a adquirir en la época. El sueño de Cervantes fue, justamente, abandonar su ansiosa búsqueda de una protección que le solucionara la vida (sobre todo, buscando al conde de Lemos) para sustituir el mecenazgo por la opinión pública. Triunfar como Lope de Vega, éste es el sueño indiscutible de Cervantes.

Igualmente, se pasa del honor racialmente puritano que estaba basado en la limpieza de sangre, en la prueba de unos apellidos depurados que no tuvieran mancha ni contaminación de sangre conversa o morisca, al honor-opinión, a la honra del qué dirán, que tiene muy poco que ver con la familia original o con los títulos, pero sí con la opinión. De aquí se deduce el miedo al ridículo, que es una de las claves del pensamiento de Cervantes, algo que le obsesiona. 

Esta época es también la del tránsito de los grandes juristas y del Derecho a los políticos. Perfectamente vale ya para este momento la definición que más tarde dará Gracián de la política como artificio para medrar y valerse en el mundo, que es uno de los principios clave del período. 

En cuanto a la historia de la mujer, también se constata la transición de un arquetipo de mujer como el que había sido diseñado por fray Luis de León en La perfecta casada (el encerramiento de la mujer y la programación funcional de unas determinadas actividades y roles) a signos visibles de liberación. Es el salto de La perfecta casada a La gitanilla (de Cervantes), el paso del matrimonio institucional y acorazado a la importancia del amor-sentimiento, que rompe el corsé en el que se había situado el papel de la mujer. 

La pregunta que cabe formularse –y que se han hecho siempre los historiadores– es en qué lado se sitúa Cervantes dentro de este puzzle de cambios. El debate en torno a si Cervantes era progresista o reaccionario es viejísimo y nunca ha resultado plenamente solucionado. Digamos que hemos pasado del perfil trazado por Marcel Bataillon (Cervantes erasmista) y ratificado de algún modo por Vargas Llosa en trabajos recientes, a la imagen de Agustín Redondo (Cervantes contrarreformista). ¿Quién tiene razón? 

Esta dicotomía entre el Cervantes moderno y el Cervantes antiguo fue rota por Américo Castro en un libro clásico dentro de la historiografía cervantista, cuya primera edición se remonta a 1925; en él se subraya la voluntaria indefinición de Cervantes entre las dos opciones ideológicas en juego. El alcalaíno sería, simplemente, un hombre que vive tiempos recios y difíciles, y la imagen que trazó Américo Castro proyecta al hombre de las mil conchas, el ser lleno de sinuosas concavidades mentales, que se adapta ambiguamente a vivir entre esos dos mundos sin llegar nunca a polarizarse. 

 

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